lunes, 24 de septiembre de 2012

Después de la sorpresa...



Nos dimos cuenta que teníamos mucho por saber y hacer. En nuestro caso el camino fue, digamos agitado. Necesitábamos antes que nada un diagnostico certero.
El pediatra de mis 3 hijos no pasaba un buen momento de salud, (si, justo ahí se enfermó), y yo me pasaba horas estudiando en internet. Llegue a un otorrinolaringólogo que me dio turno un Sábado, y que apoyándose en sus años me dijo que no podía saberse si el nene era sordo por ningún método hasta dentro de algunos meses, luego se dedico a decirle piropos a mi suegra que me acompañaba, y más tarde termino la cita diciendo que  “su olfato le decía que ese nene no era sordo”. Por su bien y el de muchos chicos espero que sus diagnósticos no se basen solo en su sentido olfativo. No tuvimos la suerte de que confiara en ningún estudio más que en su parecer clínico, que en este caso falló.
Yo buscaba certezas en todo y cada vez tenía más dudas.
Rebotábamos por médicos y estudios. 
Lo único bueno de aquel medico sin olfato, fue que nos recomendó ir preventivamente a una fonoaudióloga especialista en rehabilitación de chicos hipoacúsicos, la idea era que comenzara con estimulación auditiva , y aunque no teníamos mucha idea de que se trataba eso, fuimos.
Llegamos los tres, Milo, Mariano y yo a ver a Hilda, quien nos recibió en su consultorio. 
Soy psicóloga y he conocido tipo de terapias y estimulaciones varias, pero debo confesar, no tenía ni idea que podía hacer esta señora con nuestro hijo de dos meses, de quien se sospechaba no escuchaba bien, pero que aún no tenia un diagnóstico. Nos entrevistó y nos explico que el tratamiento que ella hacia era para iniciar a los niños hipoacúsicos en el lenguaje y que para ello el niño debía estar debidamente equipado: léase con audífonos o implantes cocleares . Yo insistía en decirle que nuestro bebé no tenía diagnóstico y fue ahí cuando ella nos lo dió: así sin más nos dijo, “ por lo que me están contando y veo este chico es sordo. Cuando antes lo acepten mejor para todos”. Salí llorando pero por suerte y aunque sentía mucho dolor, comencé a entender  que teníamos un camino a seguir. Hoy le estamos agradecidos y le tenemos el mayor de los respetos, no solo por su excelencia profesional, sino también por haber tenido el coraje que muchos no tuvieron de decirnos el diagnóstico.



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